14 de Septiembre de 2015 Juzgado de lo Penal Nº 2 de
Albacete
Extracto de las declaraciones del acusado que figuran en el
acta:
"Yo lo que quiero que entienda Sr. Juez es que antes yo
era una buena persona. Sí, claro, con mis particularidades propias, pero no era
mal tipo. Fue todo debido a esa maldita adicción en la que caí y me dominó por
completo hasta hacerme perder la razón...
Todo empezó cuando me apunte a las sesiones de
entrenamientos que organizaba una tienda aparentemente normal, pero que en
realidad formaba parte de una red de captación de personas inocentes e incautas
como yo. Allí se pretendía, y muchas veces, pobre de mí, se lograba,
convertirnos en seres al servicio de ese hábito tan dañino que es correr.
Al principio no ocurrió nada malo. Yo no me involucraba
demasiado, sí corría, pero sin dedicarme mucho a ello. Aún tenía una vida
variada, y correr era solamente era una actividad más de las que hacía. Pero,
poco a poco, me fui integrando en un grupo organizado de adeptos que se hacían
llamar "The Elite"... no, no señoría, no sé porque ese nombre... no
creo que tuviera que ver con el grupo de los comics de DC, eran frikis pero no
de ese tipo... lo mismo se podían haber llamado los Ritmos Vivos o los Magic
Fartleks... no sé, da igual.
El tema es que esta gente era muy peligrosa, mucho. Tenían
gran habilidad para liar a la gente de tal manera que sin que ellos se dieran
cuenta, se iban haciendo adictos. Incluso hacían agradable el proceso. Cuando
la víctima recuperaba su conciencia ya era demasiado tarde.
Primero era una carrerita de vez en cuando, luego ya todas
las semanas, entrenos, el ritual de tomar cañas, que en realidad camuflaba una
catequesis... Con disimulo iban realizando una labor de adoctrinamiento que iba
poco a poco apropiándose de tu cabeza. Bueno, la verdad, tampoco disimulaban
mucho.
El proceso de degradación se aceleró mucho después de que
corriera mi primera maratón. Por entonces yo todavía pensaba que tenía
voluntad, que sí, que estaba dedicándole bastante tiempo a correr, que no solo
era una entrega física, que también pensaba mucho en ello... pero que aquello
podía cambiar. Había decidido darme un largo descanso después de la maratón, y
después me replantaría si seguir igual de implicado o reducir la dosis.
Pero la realidad fue que ni siquiera llegué a estar cuatro
días sin correr. Volví en seguida a las carreras... no tardé en preparar un
nuevo maratón. A partir de ahí todo fue de mal en peor. Mi agenda estaba cada
vez más repleta de carreras, no solo ya cercanas... me daba igual correr en New
York City que en Villamatojos del Puente Bajo. Quería correr más rápido, más
distancia, con más frecuencia. Y fui empezando a perder la cabeza.
Había muchos detalles que mostraban que solo vivía para correr. Todo mi
vestuario era deportivo. Cuando hacía frío me ponía camiseta sobre camiseta y
sobre camiseta una. Eso perjudicó bastante mi imagen pública y profesional.
Aunque no era mi exterior lo peor. No era capaz de pensar en nada más. Si
alguien venía a hacerme una consulta sobre impuestos acababa saliendo de la
oficina con un plan de entrenamiento. Mis sanciones no eran ya en dinero sino
en kilómetros. Recuerdo aquella viejecilla que me vino a decir: - ¡Como
pretende que haga 1.000 kilómetros! Yo respondí - ¡Ah! Haberlo pensado antes...
Vamos mujer, acompáñeme y en dos meses lo habremos hecho. Le vendrá bien
moverse, ya verá que pronto olvida ese bastón.
Ya solo podía relacionarme con gente tan enferma como yo. Mi
familia, mis amigos no corredores, me decían que había entrado en una secta... y
yo pensé, pues quizá es una idea. Escribí unos mandamientos, un evangelio del
corredor, y creé esa "asociación deportiva", Los Nacidos para Correr,
un nombre nada original pero resultón. Durante un tiempo fue bien, tan bien que
me vine arriba y empecé a predicar cosas como que solo serían puros aquellos
nacidos mientras su madre corría una maratón, y mis seguidores se empezaron a
asustar. Además empezaron a surgir facciones violentas, que llamaron a la
guerra santa contra ciclistas y patinadores. Se me fue de las manos.
Mis gastos aumentaron terriblemente. En no mucho tiempo
acabé con mis ahorros. Inscripciones, viajes, zapatillas, los últimos modelos
de gps y pulsómetros... Cada vez tenía que ir más al fisio, ya que no paraba.
Llegó un momento en que no podía pagarle e iba a la clínica suplicando que me
descargara un poco los gemelos. En las carreras, iba mendigando - Deme un gel,
buen hombre, deme un gel.
En dinero era pobre, pero era rico en locura... Y llego
aquel día en que corrí la maratón de Madrid... en una fecha en la que no se
celebraba la maratón de Madrid. Estuve a punto de ser atropellado varias veces,
y provoqué problemas de tráfico hasta que me detuvo la policía. Mientras me
metían en el coche yo me iba quejando de la pésima organización.
Me hicieron hablar con un psicólogo. Él me hizo darme cuenta
de mi situación, de mi estado. Podría liberarme de la esclavitud a la que yo
mismo me había condenado, pero era necesario que asumiera mi condición de
adicto y que me apartara de todo aquello que me pudiera llevar a una recaída.
Por supuesto, lo primero que hice fue apartarme de aquellos
que, con mayor o menor gravedad, sufrían el mismo mal. Antes de decirles adiós
definitivamente intenté ayudarles, convencerles de que estaban inmersos en una
espiral de autodestrucción, pero no quisieron escucharme. Me desconecté del
Facebook, cambié mi número de móvil... hice todo lo posible para evitar recibir
una comunicación, o ver una foto o leer un comentario que supusiera mi
perdición definitiva.
Pero no podían quedarse ahí los cambios. Tenía que dejar
Madrid; demasiados recuerdos, prácticamente me lo había recorrido entero en carreras
o entrenamientos. Ello suponía dejar mi trabajo, pero eso no fue demasiado
sacrificio: por entonces ya solo me pagaban el 30% de mi sueldo.
Debía buscar un lugar aislado, y sobre todo un lugar en el
que nunca hubiera corrido. Por eso me fui a vivir a Peñas Gemelas, ese pequeño
pueblito olvidado de Dios. Llevaba una vida muy tranquila, en aislamiento y
quietud, propia de un eremita. Uno cuya creencia fundamental fuera que el alma
llega a la plenitud gracias a la inmovilidad. Además como no quería que nada de
lo que comiera me recordara a una dieta propia de un atleta, mi alimentación no
era muy saludable y engordé 41 kilos.
Para ganarme algún dinero escribía cuentos. Lo que los hacía
diferentes era que en ellos apenas aparecían verbos que reflejaran movimientos.
Mis personajes estaban siempre sentados o tumbados. Como mucho, si la historia
me forzaba a ello, aparecían de pie, pero apoyados en algo.
No es que pueda decir que era una vida feliz, pero no me iba
del todo mal... Hasta aquel domingo. Estaba yo en paz, desayunando una cajita
de donuts con chocolate, y les vi pasar por delante de mi casa... ¿A quién se
le pudo ocurrir organizar en semejante sitio una carrera popular? No sé que me
impulsó a salir a la calle. Les miraba incrédulo, como si estuviera en un
sueño. Hasta que alguien, el graciosito que siempre tiene que haber, me dijo
-Vamos hombre, no pongas esa cara y únete. ¡Te vendrá bien! Ja ja. Correr te
ayuda a tener una vida mejor.
A partir de ese momento no se qué pasó... Lo siguiente que
recuerdo es esta rodeado de gente que me quería sujetar mientras que yo les
golpeaba con una zapatilla Asics cubierta de sangre.
¿Me comprende Sr. Juez? ¿Usted ha corrido alguna vez?... ¿Cuántas
vueltas tendré que dar al patio de la cárcel para hacer 10 kilómetros?
Fernando Casuso Muñoz
Fernando es compañero de uno de nuestros atlestas, José Antonio Torquemada, que ha querido compartir con nosotros su particular vision de este mundillo, a veces tan incomprendido, del atletismo popular.