miércoles, 12 de diciembre de 2012

Visto para sentencia


 
14 de Septiembre de 2015 Juzgado de lo Penal Nº 2 de Albacete

Extracto de las declaraciones del acusado que figuran en el acta:
"Yo lo que quiero que entienda Sr. Juez es que antes yo era una buena persona. Sí, claro, con mis particularidades propias, pero no era mal tipo. Fue todo debido a esa maldita adicción en la que caí y me dominó por completo hasta hacerme perder la razón...
Todo empezó cuando me apunte a las sesiones de entrenamientos que organizaba una tienda aparentemente normal, pero que en realidad formaba parte de una red de captación de personas inocentes e incautas como yo. Allí se pretendía, y muchas veces, pobre de mí, se lograba, convertirnos en seres al servicio de ese hábito tan dañino que es correr.

Al principio no ocurrió nada malo. Yo no me involucraba demasiado, sí corría, pero sin dedicarme mucho a ello. Aún tenía una vida variada, y correr era solamente era una actividad más de las que hacía. Pero, poco a poco, me fui integrando en un grupo organizado de adeptos que se hacían llamar "The Elite"... no, no señoría, no sé porque ese nombre... no creo que tuviera que ver con el grupo de los comics de DC, eran frikis pero no de ese tipo... lo mismo se podían haber llamado los Ritmos Vivos o los Magic Fartleks... no sé, da igual.

El tema es que esta gente era muy peligrosa, mucho. Tenían gran habilidad para liar a la gente de tal manera que sin que ellos se dieran cuenta, se iban haciendo adictos. Incluso hacían agradable el proceso. Cuando la víctima recuperaba su conciencia ya era demasiado tarde.

Primero era una carrerita de vez en cuando, luego ya todas las semanas, entrenos, el ritual de tomar cañas, que en realidad camuflaba una catequesis... Con disimulo iban realizando una labor de adoctrinamiento que iba poco a poco apropiándose de tu cabeza. Bueno, la verdad, tampoco disimulaban mucho.

El proceso de degradación se aceleró mucho después de que corriera mi primera maratón. Por entonces yo todavía pensaba que tenía voluntad, que sí, que estaba dedicándole bastante tiempo a correr, que no solo era una entrega física, que también pensaba mucho en ello... pero que aquello podía cambiar. Había decidido darme un largo descanso después de la maratón, y después me replantaría si seguir igual de implicado o reducir la dosis.

Pero la realidad fue que ni siquiera llegué a estar cuatro días sin correr. Volví en seguida a las carreras... no tardé en preparar un nuevo maratón. A partir de ahí todo fue de mal en peor. Mi agenda estaba cada vez más repleta de carreras, no solo ya cercanas... me daba igual correr en New York City que en Villamatojos del Puente Bajo. Quería correr más rápido, más distancia, con más frecuencia. Y fui empezando a perder la cabeza.

Había muchos detalles que mostraban que solo vivía para correr. Todo mi vestuario era deportivo. Cuando hacía frío me ponía camiseta sobre camiseta y sobre camiseta una. Eso perjudicó bastante mi imagen pública y profesional. Aunque no era mi exterior lo peor. No era capaz de pensar en nada más. Si alguien venía a hacerme una consulta sobre impuestos acababa saliendo de la oficina con un plan de entrenamiento. Mis sanciones no eran ya en dinero sino en kilómetros. Recuerdo aquella viejecilla que me vino a decir: - ¡Como pretende que haga 1.000 kilómetros! Yo respondí - ¡Ah! Haberlo pensado antes... Vamos mujer, acompáñeme y en dos meses lo habremos hecho. Le vendrá bien moverse, ya verá que pronto olvida ese bastón.

Ya solo podía relacionarme con gente tan enferma como yo. Mi familia, mis amigos no corredores, me decían que había entrado en una secta... y yo pensé, pues quizá es una idea. Escribí unos mandamientos, un evangelio del corredor, y creé esa "asociación deportiva", Los Nacidos para Correr, un nombre nada original pero resultón. Durante un tiempo fue bien, tan bien que me vine arriba y empecé a predicar cosas como que solo serían puros aquellos nacidos mientras su madre corría una maratón, y mis seguidores se empezaron a asustar. Además empezaron a surgir facciones violentas, que llamaron a la guerra santa contra ciclistas y patinadores. Se me fue de las manos.

Mis gastos aumentaron terriblemente. En no mucho tiempo acabé con mis ahorros. Inscripciones, viajes, zapatillas, los últimos modelos de gps y pulsómetros... Cada vez tenía que ir más al fisio, ya que no paraba. Llegó un momento en que no podía pagarle e iba a la clínica suplicando que me descargara un poco los gemelos. En las carreras, iba mendigando - Deme un gel, buen hombre, deme un gel.

En dinero era pobre, pero era rico en locura... Y llego aquel día en que corrí la maratón de Madrid... en una fecha en la que no se celebraba la maratón de Madrid. Estuve a punto de ser atropellado varias veces, y provoqué problemas de tráfico hasta que me detuvo la policía. Mientras me metían en el coche yo me iba quejando de la pésima organización.

Me hicieron hablar con un psicólogo. Él me hizo darme cuenta de mi situación, de mi estado. Podría liberarme de la esclavitud a la que yo mismo me había condenado, pero era necesario que asumiera mi condición de adicto y que me apartara de todo aquello que me pudiera llevar a una recaída.

Por supuesto, lo primero que hice fue apartarme de aquellos que, con mayor o menor gravedad, sufrían el mismo mal. Antes de decirles adiós definitivamente intenté ayudarles, convencerles de que estaban inmersos en una espiral de autodestrucción, pero no quisieron escucharme. Me desconecté del Facebook, cambié mi número de móvil... hice todo lo posible para evitar recibir una comunicación, o ver una foto o leer un comentario que supusiera mi perdición definitiva.

Pero no podían quedarse ahí los cambios. Tenía que dejar Madrid; demasiados recuerdos, prácticamente me lo había recorrido entero en carreras o entrenamientos. Ello suponía dejar mi trabajo, pero eso no fue demasiado sacrificio: por entonces ya solo me pagaban el 30% de mi sueldo.
Debía buscar un lugar aislado, y sobre todo un lugar en el que nunca hubiera corrido. Por eso me fui a vivir a Peñas Gemelas, ese pequeño pueblito olvidado de Dios. Llevaba una vida muy tranquila, en aislamiento y quietud, propia de un eremita. Uno cuya creencia fundamental fuera que el alma llega a la plenitud gracias a la inmovilidad. Además como no quería que nada de lo que comiera me recordara a una dieta propia de un atleta, mi alimentación no era muy saludable y engordé 41 kilos.

Para ganarme algún dinero escribía cuentos. Lo que los hacía diferentes era que en ellos apenas aparecían verbos que reflejaran movimientos. Mis personajes estaban siempre sentados o tumbados. Como mucho, si la historia me forzaba a ello, aparecían de pie, pero apoyados en algo.

No es que pueda decir que era una vida feliz, pero no me iba del todo mal... Hasta aquel domingo. Estaba yo en paz, desayunando una cajita de donuts con chocolate, y les vi pasar por delante de mi casa... ¿A quién se le pudo ocurrir organizar en semejante sitio una carrera popular? No sé que me impulsó a salir a la calle. Les miraba incrédulo, como si estuviera en un sueño. Hasta que alguien, el graciosito que siempre tiene que haber, me dijo -Vamos hombre, no pongas esa cara y únete. ¡Te vendrá bien! Ja ja. Correr te ayuda a tener una vida mejor.

A partir de ese momento no se qué pasó... Lo siguiente que recuerdo es esta rodeado de gente que me quería sujetar mientras que yo les golpeaba con una zapatilla Asics cubierta de sangre.
¿Me comprende Sr. Juez? ¿Usted ha corrido alguna vez?... ¿Cuántas vueltas tendré que dar al patio de la cárcel para hacer 10 kilómetros?

Fernando Casuso Muñoz

Fernando es compañero de uno de nuestros atlestas, José Antonio Torquemada,  que ha querido compartir con nosotros su particular vision de este mundillo, a veces tan incomprendido, del atletismo popular.

1 comentario:

Mª Reme dijo...

jajajajajjajajajja , es muy bueno !!!!!somos una secta , jajajajajajajja.