Trescientos sesenta y cuatro días habrán pasado entre el medio maratón Belmez‑Espiel del pasado año y el Espiel‑Belmez de este. Entretanto, si nada lo impide, calculo que habré corrido algo así como 762 kilómetros en las 95 sesiones entrenamiento y las siete carreras en las que habré participado.
Seguro que no es gran cosa para la mayoría de los que están leyendo esto, incluso hasta una cifra ridícula. Y sí, les doy la razón, pero según se mire, pues son exactamente 762 kilómetros más de los que corrí en la temporada 2007/2008 y anteriores.
Tras acabar la carrera del año pasado, consideré que para esta segunda temporada debía dar un salto de calidad en mi condición de atleta. Ya casi me sabía lo de los kl, k2 y esas cosas; entendía algo de vestimentas, zapatillas y cronómetros, y empezaba a sospechar que en una carrera hay vida más allá del coche escoba.
Era el momento de ver las cosas de otro modo. Si en mi primer intento conseguí hacer la Belmez‑Espiel, había que mejorarlo para este año, y consciente de que "para triunfar hay que sufrir", me tomé los entrenamientos de otra forma, por lo que mi participación, a finales de junio, en la carrera nocturna de Córdoba fue todo un éxito. En el segundo kilómetro me liberé del coche escoba y comencé a adelantar a algunos corredores. No sé en qué puesto llegué ni tuve mucho interés en ello, pero sabía que detrás de mí también había vida.
Un mes después, la carrera popular de Belálcazar me puso los pies en la tierra, aunque considero que los organizadores deberían haber otorgado el premio a la regularidad, un premio que, por méritos propios, me hubiera correspondido: Salí el último y llegué el último, más regular imposible.
Lo de la nocturna de Sevilla en septiembre fue diferente, una fiesta en la que participan miles de corredores, por lo que, aunque llegues en el puesto diez mil, sabes que detrás tuyo todavía hay otros dos o tres mil más. Y eso anima mucho.
Con la autoestima por las nubes y con el medio maratón de Córdoba en el horizonte, una lesión de tobillo me apartó de los entrenamientos y de la competición desde mediados de octubre hasta primeros de diciembre (obsérvese que en la lesión y su plazo coincidimos Cristiano Ronaldo y yo). Después ya sí, más entrenamientos y alguna carrera con resultados esperanzadores de cara a la próxima cita.
Ha llegado la hora de la verdad, llega la Espiel‑Belmez. Es el momento de demostrar la progresión de todo un año de desventuras, y como esta vez toca acabar en mi pueblo me he trazado objetivos realistas para no defraudar a la afición. El año pasado corrí con el dorsal doscientos y pico, llegué en la posición doscientos y pico, y mi marca fue de dos horas y pico, mucho pico. Así pues, mi meta es pulverizar esos registros: Tardar dos horas y poco, llegar en el puesto doscientos y poco y, al menos, que mi dorsal sea el ciento y pico.
Seguro que no es gran cosa para la mayoría de los que están leyendo esto, incluso hasta una cifra ridícula. Y sí, les doy la razón, pero según se mire, pues son exactamente 762 kilómetros más de los que corrí en la temporada 2007/2008 y anteriores.
Tras acabar la carrera del año pasado, consideré que para esta segunda temporada debía dar un salto de calidad en mi condición de atleta. Ya casi me sabía lo de los kl, k2 y esas cosas; entendía algo de vestimentas, zapatillas y cronómetros, y empezaba a sospechar que en una carrera hay vida más allá del coche escoba.
Era el momento de ver las cosas de otro modo. Si en mi primer intento conseguí hacer la Belmez‑Espiel, había que mejorarlo para este año, y consciente de que "para triunfar hay que sufrir", me tomé los entrenamientos de otra forma, por lo que mi participación, a finales de junio, en la carrera nocturna de Córdoba fue todo un éxito. En el segundo kilómetro me liberé del coche escoba y comencé a adelantar a algunos corredores. No sé en qué puesto llegué ni tuve mucho interés en ello, pero sabía que detrás de mí también había vida.
Un mes después, la carrera popular de Belálcazar me puso los pies en la tierra, aunque considero que los organizadores deberían haber otorgado el premio a la regularidad, un premio que, por méritos propios, me hubiera correspondido: Salí el último y llegué el último, más regular imposible.
Lo de la nocturna de Sevilla en septiembre fue diferente, una fiesta en la que participan miles de corredores, por lo que, aunque llegues en el puesto diez mil, sabes que detrás tuyo todavía hay otros dos o tres mil más. Y eso anima mucho.
Con la autoestima por las nubes y con el medio maratón de Córdoba en el horizonte, una lesión de tobillo me apartó de los entrenamientos y de la competición desde mediados de octubre hasta primeros de diciembre (obsérvese que en la lesión y su plazo coincidimos Cristiano Ronaldo y yo). Después ya sí, más entrenamientos y alguna carrera con resultados esperanzadores de cara a la próxima cita.
Ha llegado la hora de la verdad, llega la Espiel‑Belmez. Es el momento de demostrar la progresión de todo un año de desventuras, y como esta vez toca acabar en mi pueblo me he trazado objetivos realistas para no defraudar a la afición. El año pasado corrí con el dorsal doscientos y pico, llegué en la posición doscientos y pico, y mi marca fue de dos horas y pico, mucho pico. Así pues, mi meta es pulverizar esos registros: Tardar dos horas y poco, llegar en el puesto doscientos y poco y, al menos, que mi dorsal sea el ciento y pico.
Fdo.- José Antonio Torquemada Daza
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3 comentarios:
A "pico" y pala... así se consiguen los resultados en el deporte.
En la rompepiernas no me importaría quitarte el premio de la regularidad
Bonito relato, en próximas ediciones pensaremos lo del premio de la regularidad en mi pueblo
Un abrazo
Fernando
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