También se puede ver nuestro circuito desde otro punto de vista, como un paseo por el pueblo, una horita de charla con la gente del grupo, saludando a los vecinos (el saludo siempre será un ¡eeeeh!, ¡aaaah!, ¡...ta luego!, ¡...amos allá!, o algo así) y, sobre todo, disfrutando de nuestros sentidos.
Con el verde del parque al fondo y el azul del cielo que se va tornando ya en naranja, salimos de la explanada del colegio todos en grupo. Risas y cháchara por la calle Humilladero. La frase que más suena es “¡venga, que vamos flojos!”, o al contrario, “¡echa el freno, que vamos demasiado rápido!” También alguna amenaza, “¡hoy os voy a fundir los plomos!”, o alguna pregunta de los noveles, “¿y esto es todo lo rápido que vais?”
Llegamos a la Plaza del Santo, donde contrastan sus cuidados parterres con el abandono del parque, aquí hay muchas flores de todos los colores. Ya se van formando pequeños grupitos, según el ritmo de carrera y, sobre todo, porque el tráfico de la calle Real hace imposible ir a todos agrupados: el subir y bajar la acera y el esquivar los coches interrumpe la marcha y las conversaciones iniciadas en el parque.
Pronto estamos en la calle Santo y empiezan las pequeñas cuestas que, si vamos demasiado rápido, provocarán los primeros pitidos de los pulsómetros. Son casi las nueve y el olor a calamares y flamenquines que sale de la cocina del “Crespo” nos avisa de que la hora de la cena se va acercando. Seguimos por San Antonio, donde algún vecino debe tener naranjos en su patio, pues hay un fuerte olor a azahar (conforme vaya avanzando el verano este olor pasará a ser a jazmín y dama de noche). Y como lo bueno dura poco, para despedir esta calle tenemos la cuesta más dura del circuito, corta pero intensa, que continuará ya más suave en la calle Santa María.
Pero no es momento de quejas. Hay que ir marcando el paso con ritmo firme, la cabeza alta y aparentando que las pulsaciones están controladas, pues vamos a pasar por delante de las terrazas y hay que ofrecer a “nuestro público”, que está comiendo caracoles, una excelente imagen. Primero la terraza del “Plaza” y después las de la Plaza de la Iglesia. Entre ambas plazas habremos hecho el primer kilómetro y saludado a Maruja y Antonio en la puerta del Bar Castillo. También podremos saludar a Francisca, que si todavía tiene la puerta de su carnicería abierta nos regalará un apetitoso olor a morcillas frescas, chorizos y otras viandas.
Poco queda de cuesta arriba, la calle El Búho, en la que lo normal será esquivar algún que otro coche, nos lleva a los Torreones, y ahora empieza lo bueno: “Tó cuestabajo” por la calle Hoyancones hasta la calle La Fuente. Hay que controlar el ritmo para no desbocarse, pero se retoman las conversaciones que habíamos dejado en suspenso cuando empezaron las cuestas arriba. Estamos en el mejor tramo del circuito, pues es relativamente llano y, sobre todo, es la zona de las panaderías. Pasamos cerca de la de “Los Obrero”, por la puerta de “Rico Serna”, y en la calle Calvario, por la de “Juan Antonio”. El pan recién hecho realmente se mastica y el olor a canela, anís y ajonjolí de sus dulces invita a parar y no seguir corriendo.
Hemos llegado al segundo kilómetro, pero antes disfrutamos de un magnífico contraste de colores: el blanco y rojo de la estación de la estrecha y la ermita con el verde de los campos (que pronto será amarillo) y el azul intenso del cielo. También hemos ido afinando el oído, pues en el taller de “El Húngaro”, además de saludar a la gente que suele haber por allí, hemos podido escuchar algo de flamenquito o de la música suave que suena en su vieja radio.
Pasadas las calles Cadenas y Rey Ramiro, tras cruzar con cuidado la carretera, llegamos al Polígono, al que daremos vuelta y media. Como los días son largos y la zona está despejada, a lo lejos veremos los montes de Peña Ladrones, Espiel, Sierra Palacios y Villanueva del Rey. Los talleres están cerrando. Saludamos a sus clientes de última hora y a los trabajadores, que están cerrando para irse a casa tras la larga jornada (y ahora el ¡eeeeh!, ¡aaaah!, ¡...ta luego! o ¡...amos allá!, se pronuncia con verdadero énfasis). Los olores se mezclan y confunden según el día: lo mismo huele a la gasolina quemada de un descacharrado motor que no acaba de arrancar, que a pienso para el ganado, como a muebles nuevos o a cola y barniz.
Al cabo de la primera vuelta al Polígono hacemos el kilómetro tres, y tras la media que nos queda, llegamos a la fábrica de harinas. Vuelve a ser cuesta arriba, y lo seguirá siendo casi hasta el final del recorrido, pero serpenteando por las calles se hace la cuesta más suave: izquierda, derecha, derecha, izquierda, izquierda (kilómetro 4), recto, derecha, izquierda, recto, derecha (180 grados), recto, izquierda, izquierda y todo recto hasta el parque.
Y si antes nos “comimos” el pan, a lo largo de este serpenteo vamos a cenar, que son ya más de las nueve y es la hora. Los fuertes olores se suceden una casa tras otra: Pimientos fritos, escabeche, pescaíto, lomo en adobo, tortilla (de patatas o francesa), huevos fritos, chorizo y otras delicias populares, que con sólo pensarlo se hace la boca agua. Y puesto que “comiendo no se habla”, la cuesta arriba nos obliga a callar a casi todos, sólo de vez en cuando se hace algún comentario tratando de adivinar a qué huele y los ingredientes con los que se está cocinando.
Es también zona de continuos saludos. Las mujeres de estas calles (La Mina, Echegaray, Lermanda y Bailen) nos animan y hasta alguna, de edad avanzada, hace el ademán de echar a correr para unirse al grupo. En la calle Covadonga, que desde que tiene tantas farolas y amplios parterres lleva el cosmopolita nombre de “Avenida de la Universidad”, sus anchas aceras permiten a los vecinos sentarse a tomar el fresco con tranquilidad, y allí daremos las buenas noches a Fernanda, José y sus vecinos. Es posible que veamos también a alguno de los “Cobos”, padre o hijo, que nos volverán a prometer que “el mes que viene me uno al grupo”. Son estos los mejores kilómetros, pues las piernas ya están “calientes” y aceleran el ritmo, casi se diría que corren solas.
Tras pasar por las calles Parque e Hilario J. Solano, llegamos de nuevo a la Plaza del Santo y enfilamos al Parque, donde daremos una vueltecilla. Y ya están los cinco kilómetros. La noche va cayendo y no permite disfrutar de los colores del comienzo, pero los olores de los jardines se van acentuando.
Y ahora sí, es el momento del oído: los ensayos de la banda de tambores y cornetas amenizan nuestra llegada, pero lo más destacable serán los coches‑discoteca que habrá en la explanada del parque, que con su “chunda‑chunda” o su “Camela” a todo volumen, harán que nos acordemos de la madre (¿qué culpa tendrá la pobre?) de alguno de los muchachos que allí se concentran.
En un entrenamiento normal habrá tiempo para una segunda vuelta o, al menos, otra media, y las sensaciones volverán a repetirse, perdiendo algo de vista, pero resaltando el oído, el gusto y el olfato.
¿Y dónde queda el tacto en todo esto? Pues tacto, mucho tacto, es lo que hay que tener en más de una ocasión para no liarse a tortas con alguno de los conductores suicida que han estado a punto de arrollarnos....
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Con el verde del parque al fondo y el azul del cielo que se va tornando ya en naranja, salimos de la explanada del colegio todos en grupo. Risas y cháchara por la calle Humilladero. La frase que más suena es “¡venga, que vamos flojos!”, o al contrario, “¡echa el freno, que vamos demasiado rápido!” También alguna amenaza, “¡hoy os voy a fundir los plomos!”, o alguna pregunta de los noveles, “¿y esto es todo lo rápido que vais?”
Llegamos a la Plaza del Santo, donde contrastan sus cuidados parterres con el abandono del parque, aquí hay muchas flores de todos los colores. Ya se van formando pequeños grupitos, según el ritmo de carrera y, sobre todo, porque el tráfico de la calle Real hace imposible ir a todos agrupados: el subir y bajar la acera y el esquivar los coches interrumpe la marcha y las conversaciones iniciadas en el parque.
Pronto estamos en la calle Santo y empiezan las pequeñas cuestas que, si vamos demasiado rápido, provocarán los primeros pitidos de los pulsómetros. Son casi las nueve y el olor a calamares y flamenquines que sale de la cocina del “Crespo” nos avisa de que la hora de la cena se va acercando. Seguimos por San Antonio, donde algún vecino debe tener naranjos en su patio, pues hay un fuerte olor a azahar (conforme vaya avanzando el verano este olor pasará a ser a jazmín y dama de noche). Y como lo bueno dura poco, para despedir esta calle tenemos la cuesta más dura del circuito, corta pero intensa, que continuará ya más suave en la calle Santa María.
Pero no es momento de quejas. Hay que ir marcando el paso con ritmo firme, la cabeza alta y aparentando que las pulsaciones están controladas, pues vamos a pasar por delante de las terrazas y hay que ofrecer a “nuestro público”, que está comiendo caracoles, una excelente imagen. Primero la terraza del “Plaza” y después las de la Plaza de la Iglesia. Entre ambas plazas habremos hecho el primer kilómetro y saludado a Maruja y Antonio en la puerta del Bar Castillo. También podremos saludar a Francisca, que si todavía tiene la puerta de su carnicería abierta nos regalará un apetitoso olor a morcillas frescas, chorizos y otras viandas.
Poco queda de cuesta arriba, la calle El Búho, en la que lo normal será esquivar algún que otro coche, nos lleva a los Torreones, y ahora empieza lo bueno: “Tó cuestabajo” por la calle Hoyancones hasta la calle La Fuente. Hay que controlar el ritmo para no desbocarse, pero se retoman las conversaciones que habíamos dejado en suspenso cuando empezaron las cuestas arriba. Estamos en el mejor tramo del circuito, pues es relativamente llano y, sobre todo, es la zona de las panaderías. Pasamos cerca de la de “Los Obrero”, por la puerta de “Rico Serna”, y en la calle Calvario, por la de “Juan Antonio”. El pan recién hecho realmente se mastica y el olor a canela, anís y ajonjolí de sus dulces invita a parar y no seguir corriendo.
Hemos llegado al segundo kilómetro, pero antes disfrutamos de un magnífico contraste de colores: el blanco y rojo de la estación de la estrecha y la ermita con el verde de los campos (que pronto será amarillo) y el azul intenso del cielo. También hemos ido afinando el oído, pues en el taller de “El Húngaro”, además de saludar a la gente que suele haber por allí, hemos podido escuchar algo de flamenquito o de la música suave que suena en su vieja radio.
Pasadas las calles Cadenas y Rey Ramiro, tras cruzar con cuidado la carretera, llegamos al Polígono, al que daremos vuelta y media. Como los días son largos y la zona está despejada, a lo lejos veremos los montes de Peña Ladrones, Espiel, Sierra Palacios y Villanueva del Rey. Los talleres están cerrando. Saludamos a sus clientes de última hora y a los trabajadores, que están cerrando para irse a casa tras la larga jornada (y ahora el ¡eeeeh!, ¡aaaah!, ¡...ta luego! o ¡...amos allá!, se pronuncia con verdadero énfasis). Los olores se mezclan y confunden según el día: lo mismo huele a la gasolina quemada de un descacharrado motor que no acaba de arrancar, que a pienso para el ganado, como a muebles nuevos o a cola y barniz.
Al cabo de la primera vuelta al Polígono hacemos el kilómetro tres, y tras la media que nos queda, llegamos a la fábrica de harinas. Vuelve a ser cuesta arriba, y lo seguirá siendo casi hasta el final del recorrido, pero serpenteando por las calles se hace la cuesta más suave: izquierda, derecha, derecha, izquierda, izquierda (kilómetro 4), recto, derecha, izquierda, recto, derecha (180 grados), recto, izquierda, izquierda y todo recto hasta el parque.
Y si antes nos “comimos” el pan, a lo largo de este serpenteo vamos a cenar, que son ya más de las nueve y es la hora. Los fuertes olores se suceden una casa tras otra: Pimientos fritos, escabeche, pescaíto, lomo en adobo, tortilla (de patatas o francesa), huevos fritos, chorizo y otras delicias populares, que con sólo pensarlo se hace la boca agua. Y puesto que “comiendo no se habla”, la cuesta arriba nos obliga a callar a casi todos, sólo de vez en cuando se hace algún comentario tratando de adivinar a qué huele y los ingredientes con los que se está cocinando.
Es también zona de continuos saludos. Las mujeres de estas calles (La Mina, Echegaray, Lermanda y Bailen) nos animan y hasta alguna, de edad avanzada, hace el ademán de echar a correr para unirse al grupo. En la calle Covadonga, que desde que tiene tantas farolas y amplios parterres lleva el cosmopolita nombre de “Avenida de la Universidad”, sus anchas aceras permiten a los vecinos sentarse a tomar el fresco con tranquilidad, y allí daremos las buenas noches a Fernanda, José y sus vecinos. Es posible que veamos también a alguno de los “Cobos”, padre o hijo, que nos volverán a prometer que “el mes que viene me uno al grupo”. Son estos los mejores kilómetros, pues las piernas ya están “calientes” y aceleran el ritmo, casi se diría que corren solas.
Tras pasar por las calles Parque e Hilario J. Solano, llegamos de nuevo a la Plaza del Santo y enfilamos al Parque, donde daremos una vueltecilla. Y ya están los cinco kilómetros. La noche va cayendo y no permite disfrutar de los colores del comienzo, pero los olores de los jardines se van acentuando.
Y ahora sí, es el momento del oído: los ensayos de la banda de tambores y cornetas amenizan nuestra llegada, pero lo más destacable serán los coches‑discoteca que habrá en la explanada del parque, que con su “chunda‑chunda” o su “Camela” a todo volumen, harán que nos acordemos de la madre (¿qué culpa tendrá la pobre?) de alguno de los muchachos que allí se concentran.
En un entrenamiento normal habrá tiempo para una segunda vuelta o, al menos, otra media, y las sensaciones volverán a repetirse, perdiendo algo de vista, pero resaltando el oído, el gusto y el olfato.
¿Y dónde queda el tacto en todo esto? Pues tacto, mucho tacto, es lo que hay que tener en más de una ocasión para no liarse a tortas con alguno de los conductores suicida que han estado a punto de arrollarnos....
Fdo.-Jose A. Torquemada.
6 comentarios:
Jose Antonio , no podrías haberlo descrito mejor!!!!! los olores,la gente que saludamos , las terrazas etc.......buenisimo, ENHORABUENA!!!!!!!
Muy buena descripción, casi dan ganas de echar a correr con vosotros(resalto lo de casi)pero se te olvidó lo que mas perfuma el pueblo que es cuan tuestan cafe en el polígono.
Un saludo y subiros a la acera. jejejej
Realmente bueno el artículo Jose Antonio, como dice Mari Reme has descrito perfectamente nuestro circuito. Con la promesa de los Cobos de empezar la semana que viene casi me da algo....JAJAJAJAJA
JAJAJAJJAJA que buenisimo articulo Jose Antonio jejeje una buenisima descripcion de todas las sensaciones jejeje
Lo que pasa que cuando vas con el cuchillo entre los dientes como dice mi ermana eso ni lo ves ni lo notas ni lo sientes y te da igual todo jajajajjaja
Bueno espero que sigamos disfrutando de estas sensaciones y todas las posibles y sobre todo disfrutar de esos ratitos de charlas que para mi son muy muy agradables auqneu a veces nos piquemos...jejjej un beso a todos mis compisssss
Mejor dicho IMPOSIBLE!! Esta genial!!
Yo diría que tacto tambien hay que tener con los que nos mandan a coger garbanzos
Así se describe un circuito, no Lobato los de F1.
Muy bueno.
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